Ardiente aventura

ARDIENTE AVENTURA

Anoche estaba solo en un lugar de esos a los que nunca fui, quizás era mi manera de celebrar que por fin había publicado algo. Era el segundo trago de los que nunca había tomado, ¡qué ridiculez la mía!, ¿cuándo había dejado a la “rubia”?
Tan absorto andaba en lo mío que no había reparado en la presencia de aquella linda chiquilla que había traído su fragancia de catálogo caro a mi gran nariz, su aroma me despertó y al ver su extraño cigarrillo entre sus inquietantes labios le ofrecí fuego de prisa (como lo haría el taxista de Arjona) y me sonrió. Traté de regresar a mis pensamientos, pero era ya imposible… los versos escolares de Vallejo se habían humedecido demasiado sobre las servilletas garabateadas, además algo iba creciendo entre mis pantalones, sin aviso previo. Y me dediqué a verla, disfrutando serenamente de su juvenil belleza simulando confundirla con algún rostro conocido en plácido e inofensivo voyerismo. Mi acechante mirada de fiera domesticada pero hambrienta, mi alegría de dispuesto mujeriego que nunca fui… no la inquietaba, en absoluto.
Sabía que mis oportunidades de contacto con su lozana piel, eran ínfimas. Pero yo seguía buscando un trozo siquiera de madera vieja que me liberará del naufragio de mis deseos más húmedos.
Sentí su mirada, ¿en verdad o yo elucubraba? Creo que tenía interés en la gorrita de cuero que usaba, no por estilo propio, simplemente porque me pareció la más adecuada para cubrir la prominente calvicie que se ufanaba de ser la vencedora frente a algunas decenas de cabellos que ya no eran negros.
Para darme aires de grandeza saqué el teléfono celular y comencé a crear comunicaciones importantes con “hermanos y colegas de toda la vida” que me felicitaban y me auguraban mayores logros, grandes sumas de dinero, contratos astronómicos, etc. y en uno de los etcéteras me interrogó:- ¿Es usted escritor? – La respuesta no pudo ser más estúpida: ¡Sí!, ¿Cómo lo notaste? Me dejé engañar como un púber cualquiera. – “Por su extravagante gorrita, sus anteojitos y la inteligente mirada que posee”.
Dos tragos después estamos en plena avenida, aún era temprano para ella, esperábamos el taxi; “es que cuando salgo por unas copas no traigo la camioneta” solté la responsable mentira. Pensando hacia donde llevarla, recordaba hace cuanto no tenía este tipo de aventuras y la verdad que no lo recordaba. Ya en el taxi y sin rumbo definido le pregunté si quería ir a algún lugar en especial, que le daba igual… que yo escogiera, cuando el solícito taxista me recomendaba un buen lugar, discreto y elegante, sentí un gran ardor en el brazo derecho… la vela me había caído encima.
Desperté y me presté a escribir esta estúpida historia.


                                                                                                                               Mayo – 2014





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